• Germán Cerrato
  • Posts
  • ☁️ Transformación profesional: 4 ideas (de muchas posibles más..) para cuando se te pone la “nube negra” sobre la cabeza

☁️ Transformación profesional: 4 ideas (de muchas posibles más..) para cuando se te pone la “nube negra” sobre la cabeza

Si estás en proceso de cambio profesional y sientes que todo cuesta más de lo esperado, quizás estas ideas puedan servirte como punto de apoyo.

Días atrás hablé con una persona sobre su proceso de transformación profesional. Lo que más lo tenía inquieto eran dos situaciones muy concretas: habían pasado ya varios meses desde su rol en la corporación —los venía contando casi como si fueran un KPI heredado de su vida profesional anterior— y todavía no lograba generar ingresos por su cuenta.

Estaba tenso. Frustrado. Preocupado. Todas señales de que se le había instalado la “nube negra” sobre la cabeza. Esa sensación que no te deja pensar con claridad, que agota, que empaña y, sobre todo, drena energía.

Totalmente entendible. Desde su lugar, lo que sentía y me contaba tenía lógica. Porque para quien lo transita, este tipo de procesos no son solo profesionales. Son emocionales, mentales, incluso físicos. No es que no sabe qué hacer: es que todavía está descubriendo en quién convertirse.

Porque si ya tuviera claro su nuevo camino, no estaría en transformación. Estaría en acción.

Desde afuera —como alguien que también pasó por algo similar— uno a veces puede ver matices que en el momento cuesta identificar. No para dar fórmulas, sino para compartir algunas ideas que, al menos a mí, me sirvieron para ordenar el proceso.

Asumo, como comenté en otras publicaciones, que si uno está en transformación laboral no está buscando trabajo con currículum en mano (eso sería una transición laboral, y requiere otras consideraciones).

Acá van cuatro ideas que, desde mi experiencia, pueden servir como guía:

1. Confiar en el plan financiero inicial (si lo hiciste)

Cuando salí de un rol de años, lo primero que hice fue evaluar mi autonomía financiera. Ese mínimo plan inicial —si se hizo con calma— puede ser el faro cuando aparecen los miedos. Porque las preocupaciones no resueltas tienden a amplificarse con el tiempo y nos hacen dudar incluso de lo que decidimos con total claridad semanas o meses atrás.

Cuando pasan los meses y los ingresos no aparecen, recordar que eso también estaba previsto en el plan ayuda a bajar la ansiedad. Sirve como ancla. ¿Para qué decretar una catástrofe anticipadamente si simplemente se están usando los recursos que ya se habían contemplado?

2. Empezar desde lo que ya sabes hacer

No hace falta tener todo definido. En mi caso, me ayudó armar un primer borrador de lo que podría ofrecer. Para diseñarlo, me sirvió preguntarme: ¿En qué soy bueno? ¿Qué parte de eso puedo convertir en un servicio propio (o al menos intentarlo)? ¿Qué puedo monetizar, aunque no sea perfecto?

No hablo de “seguir tu pasión” (a mí no me parece un buen consejo), hablo de poner en marcha tu experiencia mientras ajustas el rumbo. Un diseño preliminar, aunque incompleto, es mejor que nada. Sirve como punto de partida y como ejercicio de claridad. Y además, ayuda a reforzar la confianza en uno mismo, que suele ser lo primero que se debilita en estos procesos.

3. Darle visibilidad a lo nuevo (aunque no esté completo)

Esto me costó bastante. Durante mucho tiempo pensé que necesitaba tener todo resuelto antes de mostrarlo. Pero entendí que, si no compartía lo que estaba haciendo, nadie iba a saber que algo nuevo se estaba gestando.

No alcanza con tener buenas ideas si nadie las ve. Tampoco con reuniones aisladas o conversaciones entre conocidos que, por lo general, aportan más de lo ya conocido que de lo que realmente necesitamos descubrir.

A mí me sirvió crear presencia, aunque sea mínima: abrir un espacio digital, contar en qué estaba, poner en palabras lo que estaba explorando. Cuando empecé a mostrar lo que hacía, aún sin estar terminado, comenzaron a aparecer conversaciones, conexiones y oportunidades que antes simplemente no existían.

4. Cambiar la actitud mental: de empleado a emprendedor

Este cambio fue (y sigue siendo) uno de los más relevantes para mí. Venir de una estructura en la que las reglas, los procesos y hasta la identidad estaban dados, me hizo darme cuenta de cuán acostumbrado estaba a mirar todo desde una lógica de carencia: lo que falta, lo que no sé, lo que no funciona.

En esta nueva etapa, lo que me sirvió fue entrenar una actitud emprendedora. Y eso no significa solamente “hacer cosas”, sino desarrollar una forma distinta de mirar: ver oportunidades donde antes veía limitaciones. Reconocer posibilidades en lo que parecía poco. Valorar lo que sí tengo como punto de partida, en lugar de quedarme estancado en lo que me falta.

No se trata de tener todas las respuestas. Se trata de avanzar con lo que hay. De confiar, actuar y ajustar sobre la marcha. La actitud emprendedora, para mí, empezó el día que cambié la pregunta “¿qué me falta?” por “¿qué puedo hacer con lo que tengo hoy?”

Cada transformación es distinta. Pero hay algo en común: la solución no viene de afuera. La tiene que construir uno mismo. Con dudas. Con prueba y error. Con incomodidad.

Pero también con lucidez, acción y —sobre todo— paciencia.