• Germán Cerrato
  • Posts
  • 5 razones por las que decidí transformarme profesionalmente

5 razones por las que decidí transformarme profesionalmente

Hay decisiones que no se toman de un día para otro. Se gestan en silencio. Maduran con los años. Y un día, simplemente, ya no se pueden postergar.Hoy, cada vez que acompaño a alguien en su propia transformación, confirmo lo que viví en carne propia: No hay edad para cambiar. Pero sí hay momentos donde hacerlo se vuelve inevitable.

Lo esencial, primero

Estas son las cinco razones que me llevaron, antes de los 50, a tomar una decisión que cambió mi forma de trabajar, de pensar y de priorizar. No fue un salto impulsivo, ni una crisis. Fue una transformación. Pero como suele ocurrir, todo empezó con incomodidades difíciles de ignorar.

🔹 1. Porque lo que había construido ya no me alcanzaba.

Había logrado muchas de las cosas que me había propuesto: buenos cargos, desafíos interesantes, reconocimiento, estabilidad. Pero en algún momento, empecé a sentir que todo eso —aunque valioso— no era suficiente. No porque estuviera mal, sino porque ya no me representaba del mismo modo. Lo que antes me motivaba, ahora me mantenía en una especie de inercia respetable. Y entendí que seguir ahí solo por lo que costó llegar era una forma sutil de retroceso.

🔹 2. Porque ya no quería seguir adaptándome a todo.

Después de años encajando en estructuras, culturas y expectativas ajenas, me di cuenta de que había perdido margen de decisión. Me había ido alejando de mis propios criterios. En algún momento, necesité recuperar dirección. Y también convicción.

🔹 3. Porque me estaba definiendo solo por lo que había logrado.

Mi identidad profesional se había vuelto sinónimo de cargos, logros y validaciones externas. Hasta que un día me pregunté: si todo eso desaparece, ¿qué queda? Esa pregunta, sin dramatismo pero con honestidad, fue un punto de inflexión.

🔹 4. Porque sostener lo que ya no quería me estaba costando más que cambiar.

Cambiar daba miedo, sí. Pero quedarme en lo mismo —solo por seguridad— me drenaba. Muchas veces postergamos una transformación no por falta de ideas, sino por miedo a soltar lo conocido. El verdadero costo era seguir. Y eso, finalmente, fue lo que me empujó a moverme.

🔹 5. Porque empecé a ver el tiempo de otro modo.

No desde la urgencia, pero sí desde la conciencia. Me di cuenta de que aún tenía mucho por delante. Y no quería transitarlo resignado ni por inercia. No se trataba de ir más lejos. Se trataba de ir con sentido.

Qué entiendo por transformación profesional (y qué no)

Ahora si, luego de haber compartido las 5 razones, me parece importante aclarar una distinción que no siempre es evidente, pero que en mi experiencia hace toda la diferencia: no todo cambio laboral implica una transformación profesional.

Una transición puede significar cambiar de empresa, de industria, de cargo… incluso de país. Es un movimiento relevante, pero que muchas veces ocurre dentro del mismo modelo mental, el mismo marco de identidad profesional. En esos casos, uno sigue siendo —más o menos— quien ya era, solo que en otro lugar, con otras reglas.

Una transformación, en cambio, toca algo más profundo: quién sos cuando haces lo que haces. No se trata solo de lo que haces, sino de desde dónde lo haces. Implica revisar tu manera de vincularte con el trabajo, con el logro, con la validación externa. Y muchas veces, pide soltar una identidad anterior que funcionó durante años, pero que ya no alcanza. Ahí es donde el proceso deja de ser solo táctico o profesional, y se vuelve personal. Incluso existencial.

Eso fue lo que me pasó. Lo que empezó como una incomodidad puntual, se fue convirtiendo en un replanteo más profundo. Y terminó empujándome a encarar una transformación que cambió no solo mi carrera, sino también mi manera de habitarla.

No todos lo necesitan. Pero algunos no pueden evitarlo.

No todas las personas que llegan a los cincuenta sienten la necesidad de transformarse. Y no tiene por qué ser así. Hay quienes han logrado construir una vida profesional alineada con sus intereses, quienes sienten que ya encontraron su lugar y desean sostenerlo sin grandes sobresaltos. Algunos simplemente buscan bajar el ritmo, disfrutar de lo logrado, compartir más tiempo con sus seres queridos o dedicar espacio a lo personal. Y eso también es parte de una vida bien vivida: saber frenar a tiempo, no por resignación, sino por plenitud.

Sin embargo, hay otros —cada vez más— que comienzan a sentir algo distinto. No se trata de una crisis evidente ni de un evento dramático. Es más bien una incomodidad suave, casi imperceptible al principio, que se va instalando con el tiempo. Una voz interna que no grita, pero insiste. Una pregunta que aparece sin grandes gestos, pero que se hace difícil de ignorar: “¿Esto que estoy haciendo todavía tiene sentido?”

En ese punto, comienza una búsqueda. No siempre se trata de buscar algo nuevo. A veces es simplemente un intento por reconectar con lo que alguna vez nos movilizó, con lo que todavía nos representa. Se vuelve urgente, aunque no haya urgencia afuera, encontrar algo más coherente con lo que uno es hoy. Algo que no solo funcione en términos de ingresos o reconocimiento, sino que valga la pena sostener.

¿Pero por qué justo ahora?

Porque ya tenemos perspectiva. Caminamos lo suficiente como para mirar hacia atrás y ver los patrones. Conectamos los puntos. Vemos con más claridad lo que nos movió, lo que nos frustró, lo que sí valió la pena.

Porque nuestros hijos crecieron. Y con eso, cambia nuestra manera de estar. Menos agenda. Más presencia. Ya no se trata de correr, sino de acompañar. No solo sostener, sino compartir.

Porque empezamos a perder personas importantes. Y con cada pérdida, algo en nosotros cambia. Tomamos conciencia del tiempo. De la fragilidad. Y —a veces sin darnos cuenta— nos convertimos en referentes para otros.

Porque ya nos la jugamos. Estudiamos, trabajamos, emprendimos, lideramos, caímos, volvimos a empezar. No tenemos tanto que demostrar. Eso libera. Y a la vez, nos exige más autenticidad.

Porque entendimos que la vida es drama (sin ser dramáticos). Enfermedades. Crisis. Muertes. Fracasos. Desilusiones. Y sin embargo, seguimos. Ya no buscamos evitar lo incómodo, sino atravesarlo con más conciencia.

Porque los 40 fueron una década bisagra. Ahí donde muchos se consolidan… también se desgastan. Donde se espera que tengamos todo claro… aparecen nuevas preguntas. Donde nos aplauden por lo logrado… sentimos que no es suficiente.

Y con eso llegan algunos errores comunes:

• Acomodarse demasiado a lo conocido.

• Suponer que ya es tarde para cambiar.

• Callar lo que incomoda por miedo a desarmar lo construido.

Todo esto no es una crisis. Es contexto.

Cierre

Hoy, mirando en retrospectiva, entiendo que esa transformación no fue un quiebre, sino una evolución. No dejé atrás una versión fallida de mí mismo. Dejé atrás una etapa cumplida. Y eso cambió no solo mi manera de trabajar, sino mi forma de pensar, de decidir y de priorizar.

Transformarse profesionalmente no significa empezar de cero. Significa empezar desde otro lugar. Desde una identidad más madura, más consciente, más alineada con lo que uno es hoy.

Y aunque el camino no fue fácil, volvería a elegirlo. Porque ahora siento que no solo trabajo. Siento que estoy construyendo algo que tiene sentido. Para mí, y para los demás.