• Germán Cerrato
  • Posts
  • Autoestima y conciencia: dos aliados útiles en una transformación profesional

Autoestima y conciencia: dos aliados útiles en una transformación profesional

Dos estados internos clave para atravesar momentos de poca claridad e incertidumbre.

En la vida profesional hay cambios que llegan sin pedir permiso… y otros que se anuncian en silencio.

Ambos, si no nos encuentran preparados, pueden desordenar todo lo que parecía sólido.

Revisando lo que fueron mis propios procesos de transformación profesional y las ideas que compartimos con otros profesionales respecto a sus inquietudes, acciones y deseos sobre sus propios procesos de cambio, he visto en general dos escenarios que, aunque parecen muy distintos, tienen un punto en común: la necesidad de recuperar el centro para poder dar el siguiente paso.

Por recuperar el centro entiendo:

  • Reencontrar estabilidad emocional después de un golpe o sacudida profesional.

  • Volver a conectar con lo que uno es y quiere, sin que el ruido externo (miedo, presión, opiniones ajenas) marque el rumbo.

  • Poner en orden las prioridades para no tomar decisiones precipitadas o basadas solo en el impulso del momento.

Cuando el cambio te encuentra sin aviso

Hay personas que no tienen tiempo para prepararse. Un día, con un lenguaje amable y cuidadosamente elegido, reciben un mensaje que en el fondo es muy simple: “Te promocionamos de gerente general a cliente”; es decir: te echaron.

El impacto es profundo. La rutina de años se corta de golpe. El teléfono deja de sonar como antes. La agenda, antes saturada, ahora parece un desierto. Probablemente las señales que anticipaban este final estaban ahí… pero no se vieron, o se prefirió ignorarlas; de todas maneras te echaron y el efecto es el mismo con o sin haberlo visto venir.

En cuestión de días, la persona pasa de estar al mando a preguntarse qué hacer con todo ese tiempo y, lo más importante, con todo lo que sigue. Y lo hace sin un plan previo y, muchas veces, con la autoestima tambaleando.

Cuando el cambio empieza por dentro

El otro escenario es menos brusco, pero no menos complejo. En este caso, la persona sigue en su puesto, con condiciones cómodas y buenos resultados. Desde afuera, todo parece en orden.

Pero adentro algo empieza a moverse. No hay un hecho concreto que lo dispare, sino una sensación persistente. Es como si la mente dijera una cosa y el corazón dijera otra. Los logros, los méritos y los bonos de fin de año siguen llegando… pero ya no alcanzan para tapar el ruido interno.

Esa voz, que al principio se escucha de vez en cuando, empieza a estar más presente. Y aunque la incomodidad crece, no siempre es fácil ponerle nombre o saber cómo abordarla. Muchas veces, la conversación más difícil es la que tenemos con nosotros mismos.

Reconocer que algo no encaja es apenas el primer paso. Lo que sigue es aún más desafiante: organizar una charla interna honesta, decidir si es momento de cambiar y empezar a prepararse para ello puede resultar de utilidad tomar conciencia.

El denominador común

Aunque estos escenarios parecen opuestos —uno abrupto y otro progresivo—, ambos comparten algo esencial: la necesidad de recuperar el centro y redefinir el rumbo.

En mi experiencia, hay un factor que condiciona la manera en que atravesamos esta etapa: la autoestima.

Por qué la autoestima importa tanto en una transformación

La autoestima es la valoración global que tenemos de nosotros mismos. No se trata solo de sentirse “bien” o “mal” en un momento puntual. Es la base desde la que interpretamos lo que nos pasa, decidimos nuestros pasos y nos relacionamos con los demás.

Cuando la autoestima está baja:

  • Las oportunidades parecen más lejanas de lo que realmente son.

  • La confianza en nuestras capacidades se reduce.

  • Los riesgos se perciben como amenazas insalvables.

Cuando la autoestima es sólida:

  • Las transiciones se enfrentan con más claridad y menos miedo.

  • La energía se enfoca en lo que podemos hacer, no en lo que estamos perdiendo.

  • El cambio se convierte en un desafío posible, incluso motivador.

Autoestima, autoconfianza y autoconciencia: diferencias clave

Aquí conviene hacer una distinción. Aunque muchas personas usan estos términos como sinónimos, no lo son:

  • Autoestima → es la valoración global que tenemos de nosotros mismos, más allá de habilidades o logros específicos.

  • Autoconfianza → es la seguridad que sentimos respecto a nuestra capacidad para hacer algo concreto.

  • Autoconciencia → es la habilidad de reconocer y comprender nuestras emociones, pensamientos y comportamientos, y entender el impacto que tienen en otros.

La autoconciencia es la que nos da el primer indicio de que algo está cambiando —o necesita cambiar—. Y es también la que nos permite observarnos para entender qué está pasando y cómo queremos actuar.

Y si hay algo que he comprobado en quienes atraviesan un cambio, es que la autoconciencia, llevada al terreno cotidiano como conciencia, es la herramienta más directa para fortalecer esa autoestima que el cambio tanto exige. Cada momento en que me observo con honestidad —y reconozco lo que valgo y lo que ya traigo— le da a mi autoestima un impulso. Y cuanto más sólida está mi autoestima, más fácil me resulta mirarme sin miedo y con mayor claridad.

De la autoconciencia a la conciencia cotidiana

Aunque “autoconciencia” es el término técnico, en lo que hago prefiero hablar simplemente de conciencia. Lo hace más cotidiano, más fácil de trabajar, más cercano a la vida real.

La conciencia, así entendida, es la capacidad de registrar lo que está ocurriendo tanto dentro como fuera de nosotros… mientras ocurre. No es intelectualizarlo después, ni pensarlo durante horas. Es verlo en el momento.

Y aquí es donde propongo distinguir dos direcciones: conciencia externa y conciencia interna.

Conciencia externa: verme en acción

La conciencia externa es como verme desde afuera. Es observarme como si fuera un espectador de mi propia escena.

En medio de una reunión, una presentación o una conversación importante, me observo desde afuera y me hago preguntas como:

  • ¿Cómo estoy transmitiendo mis ideas?

  • ¿Mi tono y mi lenguaje corporal acompañan lo que digo?

  • ¿Estoy actuando desde lo que soy o desde lo que creo que esperan de mí?

Un ejercicio simple —y muy revelador— consiste en elegir un momento del día, hacer una breve “pausa mental” e imaginar que me estoy observando desde afuera. Entonces, preguntarme:

“Si pudiera aconsejarme ahora mismo, ¿qué me diría?”

Esa pregunta, tan directa, muchas veces cambia la manera en que seguimos actuando.

Conciencia interna: verme por dentro

La conciencia interna es el otro lado del espejo. No mira la actuación, sino el fondo: quién soy, lo que valgo, lo que he logrado.

En sesiones 1:1 suelo proponer un ejercicio de escritura que, aunque parece sencillo, resulta un buen primer paso:

  • Para que soy bueno?

  • Qué me gusta hacer?

  • Que me falta y me interesa?

Lo que emerge de este ejercicio es, muchas veces, una sorpresa. Rara vez nos tomamos el tiempo para reconocer todo lo que ya hemos hecho y todo lo que podemos aportar.

Responder estas preguntas con honestidad no solo te ayuda a conocerte mejor; también te recuerda que ya hay una base sólida sobre la cual construir lo que viene. Esa base es tu autoestima en acción.

Conciencia y autoestima: un refuerzo mutuo

La conciencia externa nos ayuda a ajustar cómo nos mostramos al mundo.

La conciencia interna nos recuerda todo lo que ya traemos con nosotros.

Cuando ambas se ejercitan, fortalecen la autoestima. Y cuando la autoestima es sólida, tenemos más recursos internos para movernos con seguridad en el terreno incierto de una transformación profesional.

En una transformación, la autoestima es la base y la conciencia es la linterna.

La base me sostiene; la linterna me guía.

Fortalecer la autoestima me da confianza para elegir.

Practicar la conciencia me da la claridad para saber qué elegir.

Imagina tomar decisiones con la seguridad de saber quién eres, lo que vales y cómo quieres mostrarte.

Esa es la diferencia entre transitar un cambio a ciegas… o hacerlo con la linterna de la conciencia encendida.

Puedes empezar hoy, con un minuto de conciencia externa en tu próxima reunión o con diez minutos para responder esas tres preguntas. No es teoría: es práctica que fortalece la base y enciende la linterna.