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El lado práctico de transformarse profesionalmente (y en lo personal)
Disciplina y fuerza de voluntad no son lo mismo. Entenderlo cambia cómo encaramos cualquier proceso de cambio.

Antes de empezar un viaje familiar, me crucé en el aeropuerto con un compañero con quien compartí mis primeros años de formación.
Hoy es comandante en Aerolíneas Argentinas.
Viajaba en mi mismo vuelo, aunque por motivos distintos: yo iba a descansar; él iba a buscar un avión para traerlo de regreso.
Conversamos un rato antes de embarcar y seguimos hablando en el avión.
Dentro de varios temas, terminamos en uno que en su profesión es innegociable: la disciplina.
No como concepto filosófico, sino como herramienta de trabajo. Es estructura, precisión, método. Es lo que garantiza seguridad, claridad y foco cuando todo lo demás depende de que “lo básico se haga bien, siempre”.
Esa conversación me quedó picando en la cabeza.
Lectura en la playa: disciplina otra vez y fuerza de voluntad
Unos días después, ya instalados en la playa, retomé la lectura de El monje que vendió su Ferrari —un libro al que vuelvo cada tanto porque siempre me deja algo distinto.
Y otra vez —como si la idea me estuviera persiguiendo— apareció la disciplina.
Pero esta vez acompañada de algo más: la fuerza de voluntad.
Ahí me detuve.
Había usado ambos conceptos durante años, pero esta vez quise afinar la distinción —porque en procesos de transformación la precisión conceptual cambia por completo la forma de aplicarlos.
En mis propios recorridos —cuando cambié de industrias, cuando emprendí, cuando reestructuré equipos, cuando abrí mis propios proyectos— ambas herramientas me habían sido útiles, pero en roles distintos.
Me pareció oportuno volver a dedicar tiempo para colocarlas una frente a la otra y repasarlas con claridad operativa.
Porque una cosa es conocer un concepto,
y otra es aplicarlo correctamente.
Ese ejercicio mental fue lo que me permitió ordenar este artículo.
La fuerza de voluntad es la decisión puntual
La fuerza de voluntad es hacer lo que corresponde cuando lo fácil sería evitarlo.
Es una decisión en un instante.
No dura mucho.
Y no siempre está disponible.
Pero suele habilitar el paso del día difícil.
En cualquier cambio —personal, profesional o de hábitos— hay momentos donde todo se tensa:
cansancio,
falta de tiempo,
resistencia interna,
dispersión.
Ahí aparece la fuerza de voluntad.
Es ese microsegundo donde uno dice:
“Sí. Igual lo hago.”
La disciplina es la estructura que evita empezar de cero cada vez
La disciplina es el conjunto de hábitos que hace que esas decisiones se vuelvan estables.
La disciplina no depende del ánimo. Depende del método:
rutina,
horario,
orden,
repetición.
Cuando existe disciplina, la fuerza de voluntad no tiene que intervenir tantas veces.
La fricción baja.
Lo que antes costaba, ahora está integrado.
Convierte un acto puntual en un comportamiento sostenido.
Y en procesos de transformación —seguimiento de un proyecto, desarrollo de un negocio, cambio de hábitos, replanteo de carrera— la estabilidad importa más que la motivación del momento.
Cuando ambas herramientas trabajan juntas
Con el tiempo fui viendo que un cambio sostenido no ocurre por una idea inspiradora, unas vacaciones o una lectura puntual que ordena ideas.
En mi experiencia, los avances más consistentes aparecieron cuando:
la fuerza de voluntad me movió en los días difíciles,
la disciplina evitó retrocesos,
y la combinación de ambas generó avances sostenidos.
Comprendí que muchas transformaciones personales se construyen más por repetición que por “inspiración”.
Cómo lo aplico en mi vida profesional
Mirando hacia atrás, todas mis transformaciones importantes —salir del mundo corporativo, emprender, construir equipos, expandirme en otros países, abrir nuevos negocios— tuvieron estos dos mecanismos trabajando juntos:
La fuerza de voluntad me dio el empuje para empezar cuando no había claridad total, cuando costaba, cuando era más cómodo quedarse.
La disciplina me permitió sostener lo que había decidido, incluso cuando la motivación bajaba, cuando los resultados tardaban o cuando surgían dudas.
Hoy veo que, sin esa combinación, ninguno de esos procesos hubiese tenido continuidad.
Mi conclusión
En cualquier proceso de cambio —profesional o personal— esta combinación me resultó práctica:
La fuerza de voluntad resuelve el obstáculo del día.
La disciplina mantiene el rumbo en el tiempo.
No lo veo como una cuestión emocional,
sino como un conjunto de herramientas internas que ayudan a sostener lo que uno elige hacer.