Las 50 interacciones que tenemos sin darnos cuenta

A veces dejamos pasar muchas charlas en un mismo día, y solo una podría bastar para cambiar nuestra mirada sobre algo que todavía nos cuesta entender.

Conexión humana, conciencia cotidiana y propósito en lo pequeño.

Estoy nuevamente en movimiento; esta semana en Colombia.

Mientras organizaba la agenda de estos días, me detuve a pensar en la cantidad de interacciones que gestioné la semana pasada.

Ya sea por temas laborales, consultas o charlas al pasar —desde una compra en el supermercado hasta una conversación de trabajo— fueron muchas.

Contándolas por encima, hubo días con 30, 40 y hasta más de 50 interacciones.

Personas con las que hablé en distintas ciudades, en persona, por chat o por teléfono.

Y aunque la mayoría pasan desapercibidas, algunas dejan huella… si uno les asigna valor dentro del automatismo de la agenda diaria.

Cuatro de esas conversaciones me recordaron cosas importantes.

1. El paso del tiempo (Fue en Temuco)

Alguien que lleva muchos años en la misma empresa me dijo, casi sin darse cuenta:

“Miro hacia atrás y no sé cuándo pasó todo.”

Lo entendí enseguida. A mí también me ha pasado.

Esa sensación de que los días se suceden rápido y que, cuando uno se detiene, ya pasaron años.

Terminamos hablando de cómo, a veces, vivir en automático nos hace olvidar hacia dónde vamos, como si viajáramos en un bus que nunca cuestionamos.

La única parte del viaje que realmente podemos cambiar es la que viene.

Pensé en cuántas veces tuve que bajarme de un bus que ya no llevaba a donde quería ir.

Lo que me llevé de esa charla:

  • Detenerse a revisar si lo que estamos haciendo sigue alineado con lo que queremos lograr.

  • Escribir nuestros objetivos, por simples que sean. Eso ayuda a la mente a enfocarse entre los más de 60.000 pensamientos diarios que solemos tener.

2. El deseo de generar impacto (Fue en Santiago)

En otra charla, un ejecutivo con una carrera estable me compartió su inquietud:

“Siento que quiero generar impacto, pero todavía no sé cómo.”

Lo escuché y recordé mis propios comienzos.

Ese momento en que uno sabe que quiere dejar huella, pero todavía no puede definir la forma.

Creo que tiene que ver también con empezar a hacerse preguntas relevantes y sentir que lo que hacemos busca tener propósito.

Coincidimos en que el propósito empieza mucho antes de tener un plan: cuando aparece el deseo genuino de aportar.

Robin Sharma lo dice así en El monje que vendió su Ferrari:

“Mientras te afanas en mejorar las vidas de otras personas, la tuya propia se eleva a las más altas dimensiones.”

Y creo que es cierto.

Lo que me llevé de esa charla:

  • Mirar el trabajo actual con otra lente: preguntarse “¿qué parte de esto genera valor real en otros?”

  • No esperar “el momento del impacto”: empezar a hacerlo en lo que ya hacemos hoy, con los recursos y el entorno que tenemos. Hasta una escucha interesada ya suma a otro.

3. La mente como preparación (Fue en Iquique)

Días después, hablé con alguien que se prepara para mudarse de continente.

Tenía la cabeza llena de dudas, anticipando escenarios que quizás nunca ocurran.

Me vi reflejado.

También pasé por momentos en los que el cambio parecía más grande que uno mismo.

Terminamos coincidiendo en algo: nadie está del todo preparado para lo que viene.

Y para mí, eso está bien.

La preparación no siempre es acumular certezas, sino entrenar la mente para mirar lo bueno en lugar de lo malo.

Lo que me llevé de esa charla:

  • Cuidar la mente —alimentarla bien, darle descanso, cuidar con qué pensamientos la llenamos— también es una forma de prepararse.

  • Reemplazar cada pensamiento negativo anticipado por uno posible y positivo; esa práctica, sostenida, reentrena la mirada.

4. Las conversaciones que abren oportunidades (Fue en Pucón)

No todas las interacciones ocurren cara a cara.

También la semana pasada recibí un mensaje de alguien que había leído uno de mis artículos.

Lo terminé llamando por teléfono.

Me contaba sobre su proyecto en la Patagonia argentina y me invitaba a conocer una oportunidad de inversión.

Hasta ahí, nada fuera de lo común.

Pero lo que me llamó la atención fue otra cosa: no me escribió solo por el proyecto, sino porque decía “busco un socio con el que comparta valores.”

Me hizo pensar en cómo muchas oportunidades surgen así: sin buscarlas, pero encontrándonos listos para verlas.

Lo que me llevé de esa charla:

  • Mantener una actitud de curiosidad frente a lo nuevo; no todo contacto tiene un propósito inmediato, pero algunos abren oportunidades.

  • Escuchar con conciencia (estando presente): detrás de cada propuesta puede haber una coincidencia de valores que valga más que el negocio en sí.

Cada conversación me dejó pensando en lo mismo:

todo empieza por tomar conciencia.

Del tiempo que pasa, del propósito que nos mueve, de la forma en que pensamos…

y de la apertura con la que miramos lo que llega.

No siempre hace falta tener todo planificado al detalle:

a veces basta con estar presente.

💡 Quizás entre esas 50 interacciones diarias esté la que nos recuerde hacia dónde queremos ir… o la que nos invite a dar un paso más.