- Germán Cerrato
- Posts
- ¿Por qué lleva tiempo reinventarse profesionalmente?
¿Por qué lleva tiempo reinventarse profesionalmente?
Reinventarse no es solo cambiar de trabajo. Es dejar atrás una identidad que nos dio validación durante años y animarse a construir otra. Por eso no es inmediato, ni lineal. Lleva tiempo, dudas, pruebas y errores.

Reinventarse no es solo cambiar de trabajo. Es dejar atrás una identidad que nos dio validación durante años y animarse a construir otra. Por eso no es inmediato, ni lineal. Lleva tiempo, dudas, pruebas y errores.
La necesidad de reinventarse puede surgir por múltiples razones: modelos que se agotan, incomodidades internas que ya no se logran manejar o, incluso, por entusiasmo y motivación de explorar algo distinto.
Reinventarse es, en esencia, cambiar de dirección en la vida profesional. Implica un cambio estructural en el foco de lo que se venía haciendo. Supone incorporar nuevas competencias, pero, sobre todo, implica pasar de un mundo conocido a uno desconocido. Por eso se habla de reinvención profesional. Si el cambio ocurre dentro de un marco relativamente familiar, se trataría más bien de una evolución o un aprendizaje complementario.
Un cambio dentro del mismo marco profesional —como pasar de una jefatura comercial en una industria a una gerencia similar en otra— no suele implicar una reinvención. Aunque haya aprendizajes y adaptaciones, la base de conocimientos, habilidades y dinámicas laborales permanece en gran medida reconocible. En estos casos, se trata más de una evolución natural que de una reconstrucción profunda.
Cuando se trata de una reconversión profunda del rumbo profesional, sí hablamos de una verdadera reinvención. Recientemente leí la historia de una persona que ocupaba una alta posición en una agencia de publicidad y hoy se dedica a desarmar motores de motos. O el caso de quien fue parte de la infantería de marina y actualmente lidera operaciones en una cadena de supermercados.
En estos ejemplos, lo que se transforma no es solo la actividad profesional, sino también la forma de pensar y resolver problemas. Se deja atrás un modelo en el que se tenía validación y se comienza desde cero, incluso ante uno mismo.
Distintos modelos de cambio ofrecen pistas sobre este proceso. Herminia Ibarra sostiene que el cambio no se planifica primero: se prueba. Uno explora nuevas identidades antes de soltar la anterior. Fredy Kofman plantea que el verdadero cambio comienza en el ser: al transformarse internamente, cambia lo que se hace y se tiene.
Desde una perspectiva más ligada al desarrollo personal, Joe Dispenza afirma que no se puede crear una nueva realidad con la misma mente que creó la anterior, y que para transformar el entorno es necesario modificar los patrones mentales y emocionales más arraigados. En una línea complementaria, Tony Robbins sostiene que el cambio sostenible ocurre cuando se transforman las creencias profundas sobre la propia identidad.
Si se unen estas miradas, se advierte un patrón común: el cambio profundo no es un evento, sino un proceso. Emocional, práctico y estratégico. Pretender tener una nueva vida completamente definida a los pocos meses de haber cerrado una etapa de veinte años es subestimar la verdadera dimensión del proceso. Además, no es lo mismo planificar una salida con anticipación que enfrentar una salida abrupta. Aunque los principios puedan coincidir, el tiempo necesario varía significativamente.
Una frase de Ibarra resume el corazón de su enfoque:
“El tipo de conocimiento que necesitamos para hacer cambios en nuestra vida es personal y situacional… Solo se puede adquirir actuando.”
Esto significa que no se trata de acumular más teoría o hacer introspección infinita, sino de salir a probar. Porque el conocimiento que necesitamos es:
Personal: surge de nuestra historia, emociones y motivaciones.
Situacional: aparece en contacto con un entorno real, en interacción con personas y experiencias concretas.
No se puede pensar el camino hacia una nueva identidad desde un escritorio. Solo al actuar, ese conocimiento empieza a revelarse.
Si se pone el foco en el enfoque de Ibarra, pueden considerarse las siguientes estrategias, basadas en su libro Working Identity, donde cada capítulo puede leerse como una etapa en el proceso de cambio:
1. Cuestionar lo que somos hoy
El cambio no empieza con una decisión clara, sino con una sensación incómoda: algo ya no encaja. Empezamos a dudar de la identidad que veníamos habitando y a preguntarnos si ese “yo profesional” sigue siendo coherente con lo que queremos ser.
🔎 Pregúntate: ¿Qué partes de tu trabajo actual ya no te representan? ¿Qué te incomoda, aunque aún no sepas qué quieres en su lugar?
2. Explorar versiones posibles de uno mismo
En lugar de buscar el verdadero yo, lo que funciona es imaginar y probar distintos “yo posibles”. Es más útil preguntarse “¿qué otras versiones de mí podría explorar?” que “¿quién soy realmente?”.
🧭 Ejercicio útil: Haz una lista de roles o actividades que te atraen, aunque no sepas si “eres bueno” en eso. ¿Qué harías si pudieras probar sin comprometerte?
3. Probar y experimentar
El núcleo del proceso está en actuar antes de saber con certeza. Se trata de testear roles, proyectos, entornos o dinámicas nuevas, en pequeño, para ver qué resuena. Aprendemos sobre nosotros mientras probamos.
🛠 Acción concreta: Busca formas simples de involucrarte en esas ideas: colaborar en un proyecto, tomar un curso corto, acompañar a alguien que ya lo hace, ofrecerte en una causa que te interese. Prueba sin hipotecar todo.
4. Cambiar de entorno y vínculos
No podemos cambiar si seguimos rodeados del mismo entorno que afirma lo que fuimos. Esta etapa implica renovar vínculos, buscar referentes nuevos, exponerse a otros contextos donde la nueva identidad pueda emerger.
👥 Consejo práctico: Empieza a conversar con personas que estén en espacios donde te gustaría estar. No para pedirles trabajo o consejo, sino para escuchar sus experiencias. A veces una sola conversación abre puertas internas.
5. Empezar a darle sentido a lo vivido
Con el tiempo, las experiencias sueltas empiezan a ordenarse. Empezamos a ver una narrativa que conecta lo que hicimos con lo que estamos llegando a ser. No es una historia armada de antemano, sino algo que vamos comprendiendo a medida que avanzamos.
📖 Propuesta: Anota, cada tanto, qué aprendiste en los últimos meses. ¿Qué hiciste diferente? ¿Qué patrones aparecen? Ese registro te puede ayudar a construir tu propio relato.
6. Evitar el cierre prematuro
La tentación de resolver rápido la incertidumbre puede llevar a decisiones forzadas. Esta etapa advierte que cerrar el proceso demasiado pronto puede cortar aprendizajes importantes. Es necesario tolerar cierta ambigüedad antes de elegir con claridad.
⏳ Reflexión: ¿Estás eligiendo algo por convicción… o solo para calmar la ansiedad? Esperar no siempre es pasividad: a veces es preparación.
7. Integrar lo nuevo con lo que fuimos
Finalmente, no se trata de borrar el pasado, sino de integrarlo en una identidad renovada. Lo nuevo se asienta cuando podemos ver cómo lo anterior también aportó al cambio, y logramos construir una versión más auténtica y completa de quiénes somos hoy.
🧩 Piénsalo así: ¿Qué parte de tu experiencia pasada sigue siendo valiosa en este nuevo camino? ¿Cómo puedes usar eso como puente en lugar de cargarlo como peso?
Implementar estas estrategias lleva tiempo. Aunque se desee avanzar con rapidez, apurarse puede implicar riesgos: tomar decisiones impulsivas, optar por caminos que no se ajustan a las capacidades reales, subestimar el impacto emocional o incluso perder de vista el propósito detrás del cambio. El tiempo no solo permite adaptarse, sino también que surjan personas, oportunidades y escenarios que no podían imaginarse al inicio. Porque al principio se parte desde una mentalidad anterior. Solo en la acción, con el paso del tiempo, aparecen nuevos caminos.
En mi caso, luego de muchos años en el mundo corporativo, inicié una transición que en realidad había comenzado internamente mucho antes. Durante un tiempo conviví con la sensación de que algo debía cambiar, aunque también entendía que aún no era el momento. Necesitaba revisar mi manera de pensar, prepararme como emprendedor, reunir recursos. Mis primeros experimentos de identidad se dieron a través de una marca gastronómica con otros socios, mientras en paralelo desarrollaba una consultora enfocada en proyectos inmobiliarios comerciales. Más adelante, me incorporé a una fintech para liderar su operación en Chile y propuse expandirla a Colombia. Hoy también colaboro con startups y exploro una nueva iniciativa vinculada a inteligencia artificial y reconocimiento facial. Nada de eso formaba parte del plan original. Pero fue apareciendo en el camino. Esa combinación de preparación y apertura fue lo que permitió sostener el proceso y encontrarle sentido. En ese período exploratorio también pasé por varias opciones que fui descartando por un motivo u otro y que no me satisfacían: una empresa de transformación digital para retail, una representación comercial en el país donde vivo para un producto que se fabricaba en otro, reestructuración de empresa de construcción modular, consultoría para la planificación y ejecución de una reestructuración estratégica de una cadena de colegios, etc.
📌 Mis reglas internas y mis acciones iniciales durante la transición
Durante mi transición, más allá de lo que hice en términos prácticos, definí ciertas reglas internas que me sirvieron como principios rectores. Algunas las racionalicé después, pero fueron clave para no desbordarme y avanzar con sentido:
Evitaba presentarme como “ex CEO”: Sentía que me ataba a una etapa que estaba dejando atrás. Preferí ensayar nuevas formas de contar lo que estaba haciendo o explorando, aunque todavía no tuviera un cargo o un proyecto consolidado. Mi identidad ya no era un título, sino una búsqueda.
Hice un análisis logístico de recursos: Me pregunté con cuántos meses podía sostenerme, qué contactos tenía, qué obligaciones debía cubrir. Ese análisis me permitió tomar decisiones prácticas, priorizar tiempos y evitar acciones impulsivas. No hice borrón y cuenta nueva: fui construyendo mientras seguía en transición.
Diseñé un pitch inicial (aunque fuera provisorio): Armé una especie de “idea puente” para responder cuando alguien me preguntaba qué estaba haciendo. También actualicé mis redes y mi presentación pública para que reflejaran ese primer esbozo, aun sabiendo que podía cambiar.
No busqué certezas. Abracé la incertidumbre: No traté de tener todo definido desde el día uno. Preferí moverme con lo que tenía, sabiendo que habría ajustes. Me recordaba a mí mismo que no necesitaba tener todas las respuestas para dar el siguiente paso.
Hice un esfuerzo consciente por estar bien: Incorporé actividades placenteras —andar en bici, correr, cocinar, viajar— para no tener la cabeza todo el día en el cambio. Esto me ayudaba a sostenerme emocionalmente y a tomar mejores decisiones.
No pedí consejos genéricos: Escuché a mucha gente, pero filtré. No seguí lo que todo el mundo decía. Mis problemas eran particulares y mi contexto, único. Lo que me sirvió fue observar, escuchar experiencias diversas y sacar mis propias conclusiones.
Reinventarse no es saltar al vacío ni tener todo resuelto. Es un viaje en el que se combinan estrategia, paciencia, coraje y apertura. Quien comprende esto no solo transita mejor la transformación, sino que accede a una versión más auténtica, profunda y significativa de sí.
Y, sobre todo, hay algo que debe actuar como faro: la visión de futuro. Esa imagen de quién se quiere ser. Esa brújula ayuda a no perder el rumbo, incluso cuando las urgencias del corto plazo —económicas, emocionales o de tiempo— amenazan con desorientar. Porque, en definitiva, si el cambio vale la pena, también vale el esfuerzo.
La reinvención no se planifica con certezas. Se construye en movimiento.