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¿Qué entendés hoy por legado? Impacto y reconocimiento no son lo mismo.
Cuando buscamos hacer algo con sentido, conviene distinguir entre lo que podemos controlar y lo que solo se construye con consistencia, en el tiempo.

¿Qué entendés hoy por legado? Impacto y reconocimiento no son lo mismo.
Un encuentro que volvió a poner preguntas sobre la mesa
Valoro mucho el encuentro con amigos en situación de 1:1. Lo habrán visto en muchas de mis publicaciones.
En cada viaje trato de hacerme un tiempo para una buena charla con personas con las que compartí momentos memorables. No soy de los que se juntan a hablar de fútbol; casi siempre terminamos hablando de la vida.
Uno de esos encuentros fue en Bogotá, cerca del sector financiero de la Avenida Chile. Acordamos un café con un amigo con quien compartí una etapa importante de mi vida profesional en Colombia.
Hablamos de decisiones que tomamos, de situaciones vividas, de aprendizajes. De pasajes significativos compartidos. Y en ese repaso aparecieron de fondo los valores que nos sostuvieron entonces. Valores que, con el paso del tiempo, se vuelven más claros, más pulidos. Algunos los reafirmamos, otros los corregimos y otros los incorporamos recién ahora. Todo eso se carga a la “mochila de herramientas” para la vida.
Ese encuentro me llevó a preguntarme por el legado.
Y de ahí nace esta publicación.
Cuando el legado parecía algo que se deja
Durante mucho tiempo pensé el legado como algo que uno deja: un nombre, una posición, una obra, una marca visible que permanece cuando uno cierra una etapa. Luego empecé a entender que esa idea era incompleta.
El legado no es algo que se deja al final de un trayecto; es algo que se construye mientras se vive.
El impacto directo y visible
Una de las cosas que más extrañé cuando me fui del Ejército fue la interacción humana. De verdad, lo viví como un luto; una pérdida enorme. La vida compartida con soldados, amigos, hermanos de armas. Con los del curso comando, con los paracaidistas con los que saltábamos desde un avión a seiscientos metros de altura.
Con ellos aprendí a correr mis propios límites y, sobre todo, a acompañar a otros a correr los suyos. En ese entorno, si uno está dispuesto y realmente quiere, puede aportar a la vida de muchas personas. Y eso vuelve. Vuelve en una anécdota donde alguien repite tu nombre o cuando te lo dicen de frente, años después, en la calle o en un acto conmemorativo.
Ahí el impacto es directo, visible, inmediato.
Y cuando ese impacto no es aislado, cuando se repite en el tiempo y se vuelve una forma de estar, empieza a tomar forma de legado.
Buscar sentido también fuera del uniforme
Cuando inicié mi vida corporativa, esa pregunta me acompañó durante años: si iba a volver a sentir que aportaba a otros. Durante mucho tiempo me costó encontrar esa conexión. Tal vez porque en ese entorno todo parecía más transaccional, o al menos así lo viví en ese momento.
Con el tiempo entendí algo distinto: la conexión no había desaparecido, yo la estaba buscando en el lugar equivocado.
No apareció por cambiar de empresa, de rol o de industria. Apareció cuando mantuve una identidad. Valores que sostuve, otros que incorporé, pero en esencia la misma vocación, ya no militar, sino humana: estar atento a servir a otro.
No tiene que ver con el contexto laboral ni con la circunstancia profesional.
Tiene que ver con la actitud de estar disponible.
Finalmente, la gran inquietud también se respondió en ese trayecto profesional: también pude conectar con otros. También pude recibir y aportar. Fue liberador.
El deseo de generar impacto
Hace un tiempo escribí sobre algo que escucho cada vez más seguido: el deseo de generar impacto. En una charla, un ejecutivo me dijo:
“Siento que quiero generar impacto, pero todavía no sé cómo”.
Esa inquietud aparece cuando lo que hacemos funciona, pero ya no alcanza del mismo modo. En ese texto no hablaba de resultados; hablaba de actitud. De mirar lo propio antes de mirar afuera. De moverse, aunque sea en pequeño. De entender que el impacto rara vez llega como un momento épico.
Impacto y legado: íntimamente ligados, pero no iguales
Hoy veo la cosa de otra manera: impacto y legado no son lo mismo, aunque estén íntimamente ligados.
El impacto es experiencial, inmediato, ocurre en el presente.
El legado es acumulativo, silencioso y se vuelve visible con el tiempo.
El impacto ocurre en el momento.
El legado se construye por repetición.
El impacto es el ladrillo.
El legado es la pared que se va formando.
Ese deseo de generar impacto es, muchas veces, el germen del legado, aunque todavía no lo dimensionemos. Porque el impacto rara vez aparece en grandes gestos o decisiones extraordinarias. Aparece en lo simple: una escucha atenta, una ayuda oportuna, una conversación honesta, un gesto que hace la diferencia para alguien sin que nadie más lo note.
Y cuando esos impactos se repiten, cuando dejan de ser ocasionales y se vuelven una forma de vincularse con otros, empiezan a construir algo más contundente.
El reconocimiento: una vía, no el destino
En ese punto aparece otra dimensión que suele generar confusión: el reconocimiento.
El reconocimiento no es impacto, y tampoco es legado.
En el impacto, el resultado se ve en otro.
En el reconocimiento, el resultado se ve en uno mismo.
¿Está mal? No. Creo que no lo está.
El reconocimiento resalta un logro, una competencia, una actitud, un buen comportamiento. Y cumple una función importante: construye referencia. Nadie toma algo de alguien que no respeta, no valora, no reconoce.
El reconocimiento trabaja para uno, y está bien que así sea. Porque al dar visibilidad, al dar alcance, habilita algo más grande: la posibilidad de impactar en más personas.
El reconocimiento no es el legado, pero puede ser una vía hacia él.
Es una ruta, no un destino.
Amplifica la voz, pero no define el contenido.
El legado aparece cuando esa visibilidad se sostiene con coherencia, cuando el impacto se repite y deja de depender del aplauso.
Mi respuesta a la pregunta del título:
Legado es una huella que queda cuando ya no estamos o cuando cerramos un ciclo.
Sí.
Pero esa huella no aparece al final, ni surge espontáneamente con el paso del tiempo.
El legado se construye durante el trayecto.
Es una transmisión silenciosa que se edifica mientras vivimos, trabajamos y nos vinculamos con otros. No es algo que “aparece” después; es algo que se va acumulando en la forma en que estamos presentes.
El legado es aquello que aportamos a otros para que puedan sostener su vida, atravesar un bache y seguir evolucionando durante su propio camino.
Y que, a partir de ese aporte, esa persona pueda luego transmitir a otro lo que incorporó.
Por eso:
El legado no es una acción extraordinaria.
No es un gesto aislado ni un logro puntual.
Es una forma de estar.
Una manera de vincularse.
Una coherencia que se repite en el tiempo.
El legado no es lo que dejás.
Es cómo vivís.
El impacto es su expresión en el presente.
Y el reconocimiento, cuando aparece, es solo una vía que amplifica el alcance,
no el sentido.