- Germán Cerrato
- Posts
- Transformarse profesionalmente no siempre requiere mudanza
Transformarse profesionalmente no siempre requiere mudanza
Una transformación también puede darse dentro de la misma empresa, sin renuncias ni giros dramáticos.

Cuando hablamos de transformación profesional, muchas veces imaginamos un cambio radical: dejar el mundo corporativo para iniciar un proyecto propio, convertirse en consultor, emprender o vivir de inversiones. Es natural pensar así. Son movimientos visibles, externos, que suelen implicar un antes y un después.
Pero la pregunta que me interesa plantear es otra:
¿Se puede transformar uno profesionalmente sin cambiar de empresa? ¿Es posible una transformación profunda dentro de la misma organización?
Yo creo que sí. No solo es posible, a veces es necesario. Y, sobre todo, es más frecuente de lo que se admite abiertamente. Menos visible o evidente, pero si lo pensamos, seguramente hemos visto transformaciones de este tipo.
Porque no todas las transformaciones requieren mudanza. A veces, lo que cambia no es el entorno, sino nuestra forma de habitarlo. Cambia la manera de tomar decisiones, de relacionarnos, de interpretar lo que hacemos. Cambia el modelo mental. Y eso, aunque ocurra en el mismo escritorio y con el mismo mail corporativo, puede ser una transformación real.
Transición no es lo mismo que transformación
A lo largo de los años, fui diferenciando dos conceptos que muchas veces se confunden: transición profesional y transformación profesional.
Una transición sucede cuando cambiamos de área, de rol o de empresa. Hay un esfuerzo, un aprendizaje, incluso cierta incomodidad. Pero las reglas del juego, en general, nos resultan conocidas. Seguimos operando desde el mismo modelo mental.
La transformación, en cambio, implica un cambio más profundo. No se trata solo de hacer otras cosas, sino de hacerlas desde otro lugar interno. Desde otra forma de mirar, de interpretar, de actuar. Es pasar de una estructura rígida a una mentalidad más abierta. De buscar control a aceptar incertidumbre. De necesitar certezas a poder moverse con intuición.
Y eso, por supuesto, no siempre requiere irse de una organización. Puede —y suele— ocurrir desde adentro.
Una experiencia personal
Considero que mi primera transformación profesional estructural se dio cuando pasé de mi carrera de oficial del Ejército a un rol ejecutivo en una corporación: administrador del centro comercial más grande de Argentina. Elegí ese puesto porque me resultaba familiar: gestión de operaciones, estructura, logística… algo similar a lo que ya conocía.
Sabía que no era el lugar donde quería quedarme, pero era un buen primer paso. A partir de ahí, me propuse transformar mi perfil: flexibilizar mi manera de pensar, sumar nuevas perspectivas y, sobre todo, acercarme al mundo comercial.
Aclaro desde el inicio que ese paso de una estructura a otra ya fue una transformación en sí misma. Fue salir de un mundo jerárquico, estructurado y previsible, hacia otro con lógicas comerciales, objetivos cambiantes y dinámicas mucho más flexibles.
Ese salto estuvo apalancado en competencias que me eran familiares: liderazgo, gestión de procesos, toma de decisiones bajo presión. No fue empezar de cero, sino reconfigurar lo que ya traía para un nuevo contexto.
Pero hubo otra transformación, más profunda y menos visible, que ocurrió dentro de esa misma organización: el paso de operaciones al área comercial.
Ese fue un verdadero punto de quiebre. No por el cargo en sí, sino por lo que me exigió como persona. Fue ahí donde realmente sentí que estaba saliendo no solo de mi zona de confort, sino incluso de mi zona de aprendizaje. Me animaría a decir que, en mi caso, tuve que moverme directamente en lo que algunos llaman la zona de pánico: ese espacio incómodo, incierto y muchas veces solitario donde no hay certezas, pero sí una intuición firme de que vale la pena intentarlo.
Hasta ese momento, mi trayectoria y mis habilidades estaban claramente alineadas con roles operativos. Sabía que eso no era lo que visualizaba a largo plazo, pero era lo que podía gestionar emocionalmente en ese momento. Era una forma de empezar. Sin embargo, dentro mío ya sabía que si quería crecer hacia el lugar que realmente deseaba ocupar, necesitaba incorporar nuevas competencias, nuevas perspectivas, nuevos lenguajes.
La apuesta era clara: quería pasar a un área comercial. No era un movimiento habitual. De hecho, muchos me hacían saber —explícita o implícitamente— que ese tipo de salto no era posible. Pero persistí. Pedí que me dejaran probar. Y finalmente me dieron la oportunidad.
Fue una posición con responsabilidades acotadas, pero suficiente para empezar a moverme en ese nuevo terreno. A partir de ahí, me enfoqué en aprender. Me acerqué a quienes ya dominaban esa área. Observé, pregunté, me formé, me apoyé en su experiencia. Y debo decir que encontré en ese camino personas generosas, que compartieron sus conocimientos sin mezquindad.
Con el tiempo, ese movimiento inicial me permitió crecer y alcanzar una gerencia comercial en otro país.
Al principio, era difícil imaginar que un turno tarde en operaciones podía ser el primer paso hacia una gerencia comercial en otro país. Pero sucedió. No de un día para otro. No sin esfuerzo. Pero sucedió. Y no porque me haya ido a otro ecosistema, sino porque me transformé dentro del mismo.
El desarrollo profesional es personal y situacional
Con los años, llegué a otra conclusión importante: no hay una única manera de desarrollarse profesionalmente.
No existe un manual universal. Nadie tiene el mapa completo.
Nuestro desarrollo profesional es siempre una mezcla de lo personal y lo situacional.
Lo personal: nuestro origen, nuestra familia, lo que estudiamos, nuestras experiencias anteriores.
Lo situacional: en qué momento de vida estamos cuando surge la necesidad de un cambio; cómo está nuestra salud, nuestras finanzas, nuestra familia; qué contexto económico nos rodea.
Por eso, las soluciones a nuestras inquietudes profesionales son únicas y particulares. No están en los libros. Están en nosotros.
La experiencia ajena ayuda, claro. En forma de libros, consejos, mentorías. Pero si no las pasamos por nuestro propio filtro, corremos el riesgo de tomar decisiones que no nos pertenecen. Cuando logramos escucharnos y construir una respuesta propia —aunque esté inspirada en otros—, esa solución es más fiel a lo que realmente necesita nuestra alma.
¿Cómo se ve una transformación desde adentro?
En retrospectiva, hay señales que, en mi caso, marcaron esos momentos de transformación silenciosa:
Cambiar la manera de tomar decisiones: de querer controlar todo, a aceptar lo incierto y trabajar con otros.
Pasar de asumir que “en esta empresa las cosas son así” a animarse a proponer otras formas de trabajar, más eficientes, más simples, más humanas.
De pensar que no se está preparado para un ascenso, a confiar en que si alguien confió, es porque algo vio (aunque todavía me faltara experiencia o formación).
De ser valorado solo por lo que se entrega, a empezar a ser valorado también por cómo se piensa, cómo se contribuye, cómo se lidera desde lo invisible.
Algunas ideas para cerrar
No siempre nuestras condiciones situacionales nos permiten hacer una transformación del tamaño que imaginamos.
Y está bien. No siempre se puede. No siempre es el momento.
Pero sí podemos accionar sobre lo que hoy tenemos a disposición. En mi caso, esa coyuntura fue cambiando con el tiempo. Y cuando las condiciones mejoraron, pude dar pasos más arriesgados.
El entorno, sin dudas, nos condiciona. Las estructuras, las culturas, las jefaturas. Pero aún en contextos rígidos, se pueden hacer movimientos internos que, con el tiempo, cambian nuestra trayectoria.
La transformación profesional no siempre requiere un cambio de tarjeta de presentación. A veces empieza —y termina— en un cambio de mentalidad. En la decisión de pensar y actuar distinto desde el mismo lugar.