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Transformarte profesionalmente también cambia cómo te sentís. Y cómo te vinculas.

Lo que poco se comparte sobre el lado emocional de una transformación laboral y su impacto en nuestros vínculos.

Hace poco, después de varias semanas de viajes, llegué por la mañana al aeropuerto de Buenos Aires. Fui a casa, dejé el equipaje… y volví unas horas más tarde para encontrarme con un amigo. Sabía que valía la pena. Porque con él las conversaciones siempre suman. Pregunta genuinamente cómo estoy. Sabe los nombres de mis hijos. Se acuerda de mis proyectos. Tiene esa forma de estar presente que uno agradece.

Mi amigo —chileno, viviendo hace años en Colombia— estaba en Argentina para completar una parte de su programa de MBA en una universidad en Pilar. Nos habíamos cruzado mil veces en Santiago y en Bogotá, pero nunca en mi ciudad. Esta era una excepción. Así que decidimos vernos.

Como siempre, hablamos de nuestras familias, cómo va cada uno en su etapa, repasamos nuestras historias en común en Colombia. Las charlas típicas de amigos.

Y de esa charla me quedé con unas ideas que quiero compartir en este artículo: los vínculos no son solo lo que damos o recibimos del otro. Son también el estado en el que llegamos a ese encuentro.

Cuando estamos bien, todo fluye.

Cuando estamos mal, todo se distorsiona.

Y de ese momento extrapolé a los estados emocionales que experimenté durante una de mis transformaciones profesionales y, en consecuencia, cómo fueron mis vínculos.

💭 Lo que sentí mientras todo se movía

Cuando se habla de transformación profesional, se suele hablar de decisiones valientes, nuevos comienzos, búsqueda de sentido o reinvención. Lo que rara vez se menciona, y sin embargo atraviesa todo el proceso, es que no se puede cambiar de rumbo profesional sin atravesar también un proceso emocional profundo.

No es solo cuestión de planes, contactos o estrategia. Hay días buenos, días malos y muchos días grises. Y lo que más cuesta no siempre es el nuevo proyecto, sino sostenerse a uno mismo mientras todo cambia.

Mi transformación profesional, en términos emocionales, me hizo transitar una mezcla difícil de explicar, pero que incluyó dosis variadas en intensidad, frecuencia y oportunidad de: entusiasmo, ansiedad, dudas, euforia, cansancio, esperanza, culpa, libertad.

Y varias de esas emociones se combinaron en un mismo día. Algunos estados de ánimo comunes que puedo recordar:

  • Euforia inicial: una energía liberada que impulsa a abrir muchos frentes, probar ideas, moverse. Se siente bien. Pero a veces esconde la urgencia de llenar un vacío.

  • Ansiedad solapada: la inquietud de no saber si estás haciendo suficiente. El miedo de no estar “a la altura” del nuevo rol que todavía no existe del todo.

  • Culpa por no producir: especialmente porque venía de entornos muy demandantes. Sentía que tenía que justificar mi tiempo invertido con resultados visibles.

  • Fatiga emocional: el cansancio no solo por lo que hacía, sino también por lo que sentía.

  • Tristeza silenciosa: una especie de nostalgia rara por lo que dejaba atrás. Incluso si ya no querías estar ahí.

  • Autocrítica constante: el diálogo interno se vuelve áspero. Me cuestionaba si fue una buena idea, si lo estaba haciendo bien, si alguna vez iba a volver a sentirme “seguro”.

🤝 Los vínculos también atraviesan la transformación

Otra de las cosas más delicadas que descubrí en estos procesos es que mi estado de ánimo impactaba directamente en cómo me relacionaba con los demás. Parece obvio mientras lo escribo, pero en ese momento no me resultaba tan claro.

Y a la inversa: los vínculos más cercanos —pareja, hijos, socios, amigos— también se veían alterados por mi cambio profesional, aunque no lo dijeran explícitamente.

De lo que me sucedió podría decir:

  • Cuando estás entusiasmado, compartís. Motivás. Escuchás.

  • Cuando estás frustrado, te cerrás. Exigís. Te volvés más impaciente.

  • Cuando estás perdido, puede que también los demás se sientan desorientados.

  • Cuando me faltó confianza, buscaba afuera una validación que a veces los otros no pudieron darme.

El modo en que te sentís se filtra en tus formas.

Y las formas, con el tiempo, erosionan o fortalecen tus vínculos.

Mis relaciones no fueron inmunes al cambio. No importa si nos cambiamos de ciudad o si cambiamos hábitos familiares. Cuando yo fui cambiando, cambiaron mis conversaciones, mis prioridades, mis temas de interés, incluso mi disponibilidad emocional.

Y eso generó ajustes.

Algunos vínculos se fortalecieron. Otros se tensaron. Algunos necesitaron tiempo. Otros se desdibujaron.

No necesariamente porque hayan estado mal, sino porque la transformación profesional también modificó los lugares desde los cuales me relacionaba con los demás.

Algunos ejemplos universales:

  • La pareja que ya no entiende por qué estás tan enfocado en algo que todavía no da resultados.

  • El hijo que percibe tu ansiedad antes que tus palabras.

  • El amigo que insiste en que “te acomodes” y dejes de arriesgar.

  • El socio que espera tu energía, pero recibe tu agotamiento.

🌱 Algunas ideas que me sirvieron para navegar:

Después de haber transitado mis propios procesos de cambio, hay tres ideas que me sirven para ordenar esta complejidad:

1. El estado de ánimo no es fijo. Pero sí influye.

Aceptar lo que siento, nombrarlo, ponerlo en contexto, me ayuda a no convertirlo en identidad. No soy “ansioso” o “agotado”. Estoy así. Y eso cambia.

2. El otro no tiene por qué entender todo mi proceso.

Querer que los demás comprendan cada decisión que tomo o cada estado por el que paso es pedirles demasiado. Lo importante es generar espacios de conversación, no exigencias de comprensión total.

3. Animarse a pedir ayuda.

A veces la introspección solitaria fue de gran ayuda, pero nadie se reinventa solo. A veces hay que animarse a pedir ayuda, no para lograr más, sino para mantenerse mejor.

No todos los vínculos son iguales (y reconocerlo es un acto de madurez)

Esta idea me llevó a otro descubrimiento fundamental:

tenemos jerarquías de vínculos, aunque casi nunca lo verbalicemos.

No hablo de jerarquías universales. Hablo de las que cada uno define. El criterio es personal y particular; pero necesariamente existe.

En mi caso entendí que:

  • El vínculo con un asesor externo es distinto al vínculo con un socio.

  • El vínculo con un socio es distinto al de un amigo cercano.

  • Y el vínculo con un amigo es distinto al que tengo con mi esposa o mis hijos.

Todos merecen humanidad, coherencia y respeto.

Pero no todos requieren la misma energía emocional ni la misma profundidad.

Esto revela algo esencial:

👉 el impacto de mis estados de ánimo no es igual en todos los vínculos.

Algunos vínculos pueden aguantar un mal día.

Otros necesitan mi versión más consciente.

Otros simplemente no requieren atención en ese momento.

No es egoísmo o falta de capacidad.

Es priorización emocional inteligente.

Bases seguras: gestionar el ánimo antes de profundizar un vínculo

Hubo momentos en los que yo sabía que no estaba emocionalmente disponible para ciertos vínculos. No porque no quisiera estar, sino porque no quería transferir un estado inmaduro, confuso o doloroso a relaciones que valoro.

No me “recluía”.

Pero sí buscaba mis bases seguras emocionales, lugares donde podía ordenarme antes de volver a conectar.

En mi caso particular, por mi vida binacional, esos espacios fueron:

  • Mi escritorio en nuestra casa en Santiago, un espacio de claridad, creatividad y calma.

  • Nuestro departamento de fin de semana en Pilar, rodeado de verde, cerca de mi familia, pero con la distancia justa para pensar.

En esos lugares procesaba mis emociones.

  • Las escribía.

  • Las dejaba madurar.

  • Las entendía.

No quería “convertirlas” en algo distinto. Quería gestionarlas.

Y recién desde ahí volvía a los vínculos que realmente importaban.

Ese simple acto —darme tiempo antes de dar mi presencia— evitó dañar relaciones y, al contrario, las fortaleció.

Pero acá viene lo más importante:

Una base segura no es un escritorio ni un departamento. No es un privilegio ni un recurso.

Es un concepto.

Una base segura es cualquier lugar, interno o externo, donde uno puede dejar de estar expuesto y escucharse de verdad.

Puede ser:

  • una habitación en determinado horario,

  • una plaza,

  • el asiento de un hotel cuando uno viaja por trabajo,

  • una caminata,

  • un café,

  • incluso un banco en un espacio público que uno conoce bien.

Lo esencial no es el lugar.

Es comprender dos principios clave:

1️⃣ No estamos obligados a estar expuestos todo el tiempo.

Ni a resolver todo. Ni a ser brillantes siempre. Ni a ser la mejor versión en cada interacción.

2️⃣ Todos tenemos la capacidad de identificar —y cultivar— nuestras propias bases seguras.

Con lo que tengamos hoy. Sin excusas. Ese lugar que nos permita recuperar el aliento, bajar las exigencias externas y fortalecer el diálogo interno.

No transitamos una transformación solos: liderazgo emocional y elección de compañía

Somos seres sociales y emocionales, por lo tanto, ninguna transformación es solitaria.

Incluso cuando necesitamos momentos de introspección, seguimos vinculados. Y esos vínculos también cambian.

Aquí resalto una idea central:

👉 una transformación exige liderazgo emocional.

Implica poder decir algo como:

“Hoy estoy así. Esto puedo sostener. Esto no. Necesito tiempo. Necesito silencio. Necesito acompañamiento.”

No es retirarse. Es volver al vínculo desde un lugar más sano.

Y aquí aparece otra idea clave: elegir quién nos acompaña durante la transformación es una decisión —lo desarrollé en otro artículo, dejo el link al final—.

Una transformación no solo redefine actividades.

👉 redefine identidad.

Y con esa nueva identidad, los vínculos se reordenan:

algunos suben de jerarquía, otros bajan, otros quedan en pausa. No por frialdad, sino porque crecer también implica priorizar.

En resumen

Hoy puedo escribir estas ideas con más claridad y madurez que cuando las viví:

1️⃣ No transité mi transformación en soledad.

La red importa.

Elegir quién me acompaña importa aún más.

2️⃣ Mis estados de ánimo no fueron un problema a resolver: fueron información.

Escucharlos me ayudó a prevenir daño y a construir vínculos más honestos.

3️⃣ Tener bases seguras fue de gran ayuda.

No se trata de recursos, sino de autorregulación emocional. De regular la exposición.

4️⃣ Mis vínculos tienen jerarquías.

Reconocerlas me permitió priorizar sin culpa.

5️⃣ Transformarse es, en el fondo, dejar una identidad y construir otra.

Y ningún cambio de identidad se sostiene sin revisar —y reorganizar— los vínculos que lo acompañan.

Un agradecimiento necesario

Y antes de terminar, no puedo dejar afuera algo esencial.

Si hoy puedo escribir sobre estados de ánimo, vínculos, identidad y transformación, es porque hubo —y hay— personas que sostuvieron cada etapa de ese recorrido.

Mi esposa y mis hijos estuvieron ahí en todos mis ánimos:

en los momentos de fricción,

en los de desaliento,

en los de duda,

en los de entusiasmo,

en los de estabilidad,

y en los de vínculo profundo.

No siempre era fácil acompañarme.

Pero ellos lo hicieron igual.

Y ese acompañamiento silencioso, constante y amoroso es, en sí mismo, la mejor prueba de la jerarquía de vínculos que quiero para mi vida.

Ellos son mi prioridad, mi base más segura y el verdadero legado que quiero dejar.